¿Hacia dónde vamos?

Pensaba, iluso yo, que tras la presentación de Xbox One ya podríamos vislumbrar claramente de qué va a ir esta nueva generación de consolas, tan esperada para algunos y tan innecesaria por el momento para otros. Creía que las bases de la nueva forma de jugar se iban a definir de manera luminosa, como un nuevo descubrimiento que nos hiciera avanzar definitivamente ese paso que habían iniciado los últimos coletazos de la generación actual. Aunque siendo honestos no hubiera sido un descubrimiento. En cierto modo sabíamos lo que queríamos ver en la nueva generación porque simplemente ya lo habíamos visto en esa plataforma que está en constante cambio generacional, el PC.

¿Y qué ha ocurrido ahora que Xbox One es una realidad? Pues que sinceramente no tengo ni puta idea sobre qué hacer con la nueva generación. No me refiero a que albergo dudas sobre qué plataforma elegir esta vez, no, es que en serio no tengo ni puta idea de qué voy a hacer con ellas, porque simplemente me he quedado tirado en la cuneta. Ojo, ¡y muy feliz por el momento!

Cuando pasamos de los 8 a los 16 bits, nos importaba un cojón de toro lo que había dentro de nuestra consola. Es más, a la industria también le importó tres pepinos hasta que apareció el CD. Lo que nos tenían que vender eran juegos, los cuales llevaban de la mano, vía exclusividad (de las de verdad), la consola de marras que tocaba. Así era como nos decidíamos entre MegaDrive y Super Nintendo, entre Playstation, Saturn y Nintendo 64, entre Playstation 2, Dreamcast, Xbox y Gamecube e incluso entre Playstation 3 y Xbox 360.

Ahora la cosa va a cambiar enormemente, nos guste o no, porque partiendo de dos nuevas máquinas cuya arquitectura es similar, es de esperar que el as de las exclusividades, lo que vendía las consolas en tiempos pretéritos, va a dejar de convulsionarse para estirar la pata definitivamente. Oye, que me parece muy bien en realidad. Si a un estudio se le dan tantas facilidades de desarrollo como para que tengan un ordenador con las opciones «Compilar versión para Playstation 4» , «Compilar versión para Xbox One» y «Compilar  versión para PC» (hola PMDS), mejor para ellos y para el público. Pero si homogeneízas los catálogos, de alguna forma hay que distinguirse de la competencia, ¿no?

Es por eso que tanto Sony como Microsoft están jugando la baza de los servicios asociados, esa maraña de aplicaciones, accesos y garabatos que ensucian el dashboard, y que personalmente creo que molestan a excepción de los que permiten el juego online y lo simplifican. Seré tal vez un huraño o quizá es que me gusta usar los juegos para aislarme del resto de cosas y elegir sólo a unos buenos compañeros con los que compartir mis partidas.

En realidad da igual cómo me considere o me consideren los demás, la nueva generación quiere cambiar todo eso. Tanto Playstation 4 como Xbox One van de lo social, de la fiesta, de «mira lo que hago» y «mira mamá tengo logros nuevos». Van de compartir todo lo que hagamos a gente que, muy posiblemente, le importe un carajo, pero es lo que se lleva desde que Twitter, Facebook e Instagram lo están petando. Compartir nuestras cosas está siendo muy rentable, y eso lo saben muy bien Sony y Microsoft.

Xbox One

Xbox One

Xbox One

Quiero empezar una pequeña reflexión más en profundidad con la comidilla del momento, la «consola» que ha venido a destapar toda la conspiranoia y el odio por lo social. Creo que el 98% del público que vio la presentación de Xbox One está de acuerdo en que el acto fue una soberana basura (el 2% restante son los tíos a los que pagaron por aplaudir). Lo comenté en Twitter (lo social) y lo vuelvo a repetir, fue un ejemplo de lo que NO debe hacer un comercial. Cuando intentan venderte un producto con una elaborada presentación y tras la misma tienes menos, repito, MENOS ganas de adquirir ese producto, es que tu comercial es una puta mierda. Aquí tengo que mentar a Steve Jobs simplemente porque era alguien que sabía vender sus productos. Aunque fueran una puta basura, conseguía despertar la vena compradora.

Pero dejemos al difunto tranquilo y sigamos con el ataúd de Microsoft. No quiero valorar nada del hardware de Xbox One porque, tal como he dicho, lo que personalmente creo que importan son los juegos. Microsoft, como empresa de software que es (al menos en sus orígenes), seguro que tenía eso muy claro. Pero estamos en el mundo de lo social y hay que vender lo social, pero hasta tal punto que lo social es lo que importa, es por lo que va a pagar la gente, por un trasto para socializar desde nuestro televisor. Socializa como puedas.

Lo primero que Microsoft quiso destacar de Xbox One fueron dos cosas: que podremos controlar la consola con la voz y ver la televisión de puta madre. Vale, vamos a ver. Lo del control por voz no negaré que mola, pero plantea tantos problemas potenciales que hasta en la misma presentación quedaron patentes gracias al amigo Kinect. Sobre el hecho de ver la televisión, o más bien, pagar por un aparato para ver la televisión en nuestra televisión, sí que tengo algo que decir.

A la par que la industria del videojuego, ha habido otra que se ha puesto las pilas de forma atómica, y no me refiero a la de los móviles, sino a los televisores. Las conocidas como televisiones inteligentes (curioso contrapunto para la «caja tonta») ya están a la venta, y se han vitaminado con aplicaciones, servicios y (claro) juegos. No es que crea que las televisiones vayan a contar con juegos AAA (al menos a corto y medio plazo), pero sí que hacen como nadie lo que tienen que hacer, mostrar y exhibir la parrilla televisiva. Y Xbox One pretende solapar esa funcionalidad, y, cuando las funcionalidades se solapan, en realidad estamos tirando el dinero a la basura.

Supongamos que un televisor de gama alta nos ha costado sus 1200 euros. Vemos la Xbox One, recién sacada a la venta por 599 euros, y nos sobra el dinero para comprarla. Nuestro televisor cuenta con una cámara que controla nuestro movimiento y así poder interactuar con sus menús. También tiene una tienda de aplicaciones para ver nuestro programas como nunca los habíamos visto antes. Todo genial, muy Minority Report. Ahora cambiamos a nuestra Xbox One y vemos que la principal ventaja es el control por voz. Nada más. Si queremos hacer uso de las aplicaciones de nuestro televisor, tenemos que cambiar la fuente de la imagen. Dos aparatos, que no son nada baratos, se solapan, así que uno tiene que quedar en desuso. Hemos pagado por una funcionalidad que no vamos a usar. Dinero perdido. ¿Cómo? ¿Que se jodan los que tienen una televisión megaguay? Claro, con ese argumento podemos derribar cualquier torre.

Una vez aclarado lo que, para mi, es un servicio que sé que no voy a usar, la idea de desembolsar pasta que caerá en un bolsillo sin reportarme nada a cambio me echa 75 kilómetros hacia atrás en mi intención de comprar una Xbox One. ¿Qué me queda? Los juegos. Ay, mis benditos juegos. Esos que pasaron tan fugazmente por la presentación de Microsoft que lo único que ha quedado para el recuerdo es el perro de Call of Duty. Esos juegos que han quedado relegados a un segundo plano en la nueva generación. Esos juegos que sirven para invitar a Usher al E3 para que nos enseñe a usar Kinect.

Esos juegos que aún no ha quedado claro al 100% si estarán asociados a nuestra cuenta de usuario de Xbox Live y que si queremos prestarlos a un amigo será vía tasas. Esos juegos que, si queremos venderlos porque no deseamos rejugarlos más, es posible que nos toque pasar por el aro que Microsoft plante en colaboración con las principales cadenas de tiendas del mundo, las cuales pueden ver mermado su negocio de la segunda mano, pagando otra tasa mientras ponen precios descarados por un juego usado.

Playstation 4

Aquí alguno puede estar pensando en Steam, la adorada empresa que también tiene atados los juegos a una cuenta de usuario y aún así la queremos mucho. ¿Por qué? Bien sencillo, no es lo mismo pagar 40 euros por una novedad con DRM que 70. Eso siempre que no esperemos un poco y consigamos el mismo juego por 20 o incluso 15 euros. El dinero no sólo sirve para comprar, sirve para valorar el esfuerzo realizado para conseguir un producto y las expectativas puestas en él. Si ahora se me queda la cara de gilipollas al ver el Modern Warfare 3 por 60 euros en las grandes superficies, no me quiero imaginar que ocurrirá en el futuro.

Playstation 4

Playstation 4

A Sony también le mola lo social, pero de forma distinta. Con los pocos datos que dio respecto a Playstation 4, no creo que podamos valorar mucho a la competencia de Xbox One, pero hay algo que quedó perfectamente claro. A Sony le siguen gustando algo los juegos y sobre ellos centró la principal novedad social de Playstation 4, el botón «Share» y todo lo que conlleva detrás. Sí, es más de lo mismo, exponer nuestro tiempo de ocio y hazañas virtuales al juicio de los demás. El vacilar y el reírse de las cagadas ajenas. Lo social.

Sony no presentó la carcasa de Playstation 4 porque no tenían ni puta idea de cómo iba a ser. Les daba igual, lo importante eran los servicios, lo que podías hacer con la consola, cómo podía ayudarte a potenciar tus partidas y qué funcionalidades adicionales iba a dar. Y después los juegos. Está más que claro el patrón.

Ojalá pudiera decir algo más sobre Playstation 4, una consola a la que sólo le pido una cosa, que mantenga la política actual de Playstation Plus, algo que simplemente me parece maravilloso y que pondría la balanza de la nueva generación a su favor. De nuevo sería lidiar con el DRM pero esta vez la cuestión del precio dejaría muy claro hacía dónde apuntaría el pulgar del césar.

El PC

El PC

El PC

La salvación, el oasis en el inmenso desierto, la fiesta de cumpleaños perfecta, el plato de Ferrán Adriá a precio de Big Mac y el sistema ganador de la nueva generación. Aún es pronto para confirmar si todas estos calificativos serán apropiados para definir el futuro inmediato del PC, pero siendo la plataforma con más juegos exclusivos,  la que más variedad de tiendas online ofrece (aunque con Steam y GOG vamos sobrados) y la que antes ofrecerá la mejor calidad gráfica (bajo pago de esa gráfica tan puntera, claro está), el PC ya ha sido elegido por varios como el destino en el que invertir el dinero.

No quiero repetir las tan cacareadas virtudes del PC y tampoco sus evidentes problemas, pero creo que merece ser destacado el hecho de que los sistemas compatibles nunca se habían comparado tanto con las consolas de sobremesa.

Siempre surgían las tediosas discusiones entre fanáticos del PC y las consolas con los mismos argumentos: «en consola no hay que instalar nada», «en PC el online es mejor», etcétera. Pero creo que esta es la primera generación en el que las fronteras que separaban la experiencia de juego en consola y en PC están muy difusas, y esto es algo que va a reconocer incluso Valve cuando saque a la venta su SteamBox, un PC metido en una carcasa y con la Big Picture de Steam como interfaz por defecto. La diferencia, esta vez sí, recaerá en el catálogo de juegos, y no sólo al de Steam.

¿Y hacia dónde vamos?

En realidad mi intención no es señalar ningún camino, suficiente tengo con elegir el mío. Pero me veo en la obligación de anexar aquí una reflexión que en el fondo no me gusta. La nueva generación de consolas me ha dejado atrás. En la última bifurcación ha tomado una vía que no tenía en mente tomar ni ahora deseo hacerlo. Sony y Microsoft, en su afán por imitar a Nintendo con su R.O.B., quieren vender consolas sin que la gente sepa que son consolas. Pero como la estrategia de Nintendo y los juguetes ya no cuela, ahora atacan a otro target con otra carta.

La nueva generación de consolas son aparatos para ver el partido de los domingos, para navegar por internet, para chatear con tus primos, para que te den logros por ver a Maria Teresa Campos, para joder al que está jugando gritando «Xbox GO HOME», para que te salten los «Me gusta» de Facebook, para subir vídeos a YouTube y para jugar de vez en cuando. Pero sobre todo sirve para alejar de los grandes fabricantes la demonizada visión que los medios tienen de los videojuegos.

¿Qué nosotros fabricamos consolas? No oiga, nosotros vendemos sistemas de ocio integrados.

Roberto Pastor

Nunca pensó que una Game & Watch le llevara a adorar los videojuegos. Se dedica a la programación informática mientras disfruta de otras aficiones mal vistas como el manga y el anime. Participa en Kafelog, podcast en el que habla de cine.

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