HOT TAKE MIAMI

Desde fuera puede que intimiden, pero el olor de estas máscaras es horrible. Como un volumen del Zagat Survey destinado a recopilar los peores antros y puestos de comida basura a lo largo y ancho de la costa este.

Maldita sea, si no fuera por ese pequeño detalle relacionado con el hecho de que todos con los que me voy a cruzar en el transcurso de los próximos cinco minutos van a querer mi pescuezo, seguro que se descojonarían al verme. A menos que un trozo de sesos pueda hacer algo así, no creo que esté ahí para verlo. Y además voy a tener que ir a toda leche si quiero salvar el trasero.

Ni siquiera han cerrado la puerta, así que esos tipos se creen lo suficientemente duros como para no preocuparse de un detalle tan elemental. Y no me preguntes cómo lo se, pero hay alguien de espaldas a la entrada al que sólo le falta su lazo para que empiece a creer en Santa Claus. De una patada acaba decorando la moqueta con su dentadura, aunque un vistazo rápido confirma que inicialmente le quedarían menos de una docena. El caso es que siempre me pregunto de dónde sacan a esta gente, probablemente chulos mal avenidos e incapaces de mantener a raya a sus furcias. El hijoputa respira, pero no me da tiempo a alcanzar otra cosa que no sea su cuello mientras maldigo de nuevo el olor a nachos con cerdo -¡¿a quién se le ocurre comer esa mierda con la máscara puesta?!- y decido sustituirlo por el clásico aroma uno-dos reventando la napia a cabezazos. O igual es al revés, pero el que sigue respirando -es un decir- soy yo.

Muy cerca alguien ha reparado en la escena de amor y sólo puedo elegir dos habitaciones que no tengo ni idea de adonde coño van. Me decanto por la puerta marrón, entrando en un baño pequeño e inesperadamente limpio donde alguien apiló un par de navajas, palos de madera y una porra reglamentaria con toda la pinta de haber sido utilizada para desatascar algo y no precisamente el inodoro. Apenas tres segundos en los que gracias a dios me da tiempo a recoger la única pieza que no dejará mis manos con olor a culo y otro mamón se acerca impulsando hacia arriba su hacha -en serio, ¿un hacha? ¿qué será lo próximo, katanas?- ,surgido como un rayo de la habitación contigua y la ingenua pretensión de seccionar mi abdomen; sólo que yo soy más rápido y le corto los huevos. O algo que sangra lo suficiente como para redecorar la pared.

A veces trato de convencerme de que al llevar mi rostro cubierto evito remordimientos, que se trata de un mero personaje con una misión donde matar con estilo forma parte del trato, nada personal. Como si no me importara acabar con la vida de gente que no conozco, pasando por alto que a algunos de ellos ya no les esperará nadie en casa. Y la verdad es que me importa un carajo, pero suelo cerrar los ojos y así es complicado saber donde apunto. Y va a ser que no eran los huevos.

Yo una vez tuve un perro llamado Rambo. Un doberman precioso que en contra de lo que se suele malpensar sobre la raza, era paciente, adorable y pacífico. Pero la dueña de aquel apartamento -a excepción de la moqueta, era el mejor sitio con vistas a South Beach que podía permitirme entonces-  no opinaba igual, así que lo provocaba constantemente cuando hacía inspección para hacerme creer que aquella ricura era el Papa negro reencarnado en un saco de pulgas. Tanto insistía, que una mañana Rambo no tuvo más remedio que defenderse y degollar a la estúpida Mrs Simmons. Aguantó varios minutos soportando los escobazos que le daban por detrás hasta que se le hincharon los cojones. Y todo el mundo estuvo de acuerdo en que Mrs Simmons lo merecía -porque lo merecía- pero la ley me obligaba a sacrificar a Rambo a no ser que me pareciera buena idea seis años de condena por homicidio involuntario. Desde entonces no sólo odio a la gente que adiestra sus mascotas para convertirles en nazis de cuatro patas con babas -igual esa descripción no ayuda mucho para saber quién es quien, verdad-, sino que odio a todos -todos- los doberman. Y el que viene furioso hacia mí muerde el polvo en un lamento final que aún cruje en la memoria, sacando a la superficie aquella experiencia. Y en consecuencia, un derrame de adrenalina comparable a meter la cabeza dentro de una turbina impregnada en LSD. Si es que algo así existe. Que debería.

Sus ladridos han llamado la atención de otro grupo cercano. Tan pronto como escucho sus zancadas y los oriento en el extremo izquierdo de la sala me apresuro a regresar a la entrada y tomar la otra puerta. Durante una milésima retengo mi sorpresa tras comprobar que también es marrón, mientras cruzo a toda pastilla un pasillo hasta dar con una gran sala afortunadamente vacía y decorada de alta tecnología. ¿Es mi imaginación o es el hi-fi de doble pletina lo que hace sonar una música tan -pero TAN- molona? De nuevo anoto mentalmente estos hechos tan extraños, como si en otra vida el destino me hubiera hecho trampa recreando sin pausa un universo paralelo donde es mi sangre la que acaba pegándose en los azulejos, el perro merienda escrotos y no caigo en la cuenta de que hay un cabronazo echándose la siesta justo enfrente. Por fortuna, en mi mundo se despierta únicamente para decir buenas noches.

Recojo de una mesa cercana su UZI, tal vez con munición para sólo dos o tres ráfagas que deberán acertar el blanco y rezar para ser letales. Al concentrarme para elaborar un plano mental de la casa rastreo los pasos de antes, que se bifurcan justo en la ya visitada zona del baño y un área inferior del pasillo, muy cerca de mí. Tal vez si acabara antes con el que tengo a menos de tres metros, alguien justo detrás se cebara en mi espalda. Tal vez al menda del baño le diera tiempo a venir por mí, así que mejor tomar la iniciativa aprovechando el factor sorpresa para hacerme también con algo de cobertura. Picado de vértebra y a la mierda el sigilo. El que acabo de cepillarme portaba un rifle tamaño mandingo, que vacío en el estómago de otro aún en el pasillo. Me digo a mí mismo que soy la hostia, porque efectivamente arriba se escucha un trote que viene hacía aquí, tal vez tres hombres armados con sabe dios qué -ojalá sean katanas-. A lo gonzo y esta vez con los ojos bien abiertos para no cagarla, me encuentro con uno tan estúpido como para situarse en línea con el que tiene detrás. Una bala acaba con el primero, dejando al segundo moribundo para que me sirva de rehén si es que existiera ese tercero acechando.

Y al igual que en esos momentos cruciales de la vida donde todo pende de un hilo finísimo -tanto que podría romperse-, determinado por una decisión tomada a la ligera como por ejemplo entrarle o no a ese bombón y acabar en casa cascándotela tristemente, decido abandonar pronto la idea de usar el escudo humano y abalanzarme hacia el malnacido que viene corriendo hacia mí. El instinto aún no me ha dejado a las claras que todo acabó, pero estoy demasiado exhausto como para hacer mucho caso de sus avisos. Un detalle, un brillo metálico en un rincón del salón que corona la estancia, me llama poderosamente la atención. No podía ser de otra manera, una jodida y voluptuosa katana que alguno de estos mierdas probablemente utiliza para cortar la pizza. Giro la cabeza y veo al último objetivo tratando de embestir como un búfalo enloquecido, apuntando su revólver. Y entonces se adueña de mí una enorme tristeza, porque voy a morir siendo un completo infeliz. Se produce un espasmo, como si fuera otro el dueño de mis actos, suficiente para que MrMagnum yerre el tiro por apenas centímetros y dándome la oportunidad de partirle la cara en dos. Literal y sin anchoas.

Salgo de allí pensando que se lo merecían, plenamente convencido de que ocurrirá justo lo mismo conmigo más adelante. Tal vez mañana.

Puta máscara. Huele que apesta.

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THE HOT TAKE THEORY

Existen cuantiosas formas de narrar. Y luego coexisten códigos que sólo se entienden desde un medio específico para ultimar la faena. Sin embargo, creo que coincidiremos en que prácticamente todas las artes que se valen de sus recursos para construir una «historia» (el entrecomillado no es gratuito, eh) comparten buena parte de ellos; se adaptan, mutan y/o crean nuevos contextos, pero no dejan de ser cine, tebeos, literatura o videojuegos; disciplinas donde a menudo las limitaciones se convierten en oportunidades y viceversa.

Ustedes ya saben que el arte computacional tiene ejemplos para dar y tomar como para explicarles esto de manera sencilla. Emplean imagen, diseño, fotografía, cartografía, matemáticas, sonido, composición, texto, azar, lógica y un buen puñado de etcéteras de los que mejor presuponer ya están al tanto. Necesitan tanto de su máquina (presente o no, que ya les veo venir con aquello de la nube) como de usted, tan dados por otra parte a explicar aquello de las manzanas utilizando como ejemplo un buen par de peras.

El videojuego moderno ha evolucionado en dos vías que a menudo se entrecruzan como son la grandilocuencia técnica y el minimalismo de aires vintage. En ambos casos encontramos excesos; hijos bastardos de cinematografía elemental o sucesores de «lo auténtico» excesivamente pagados de sí mismo. Pero en general, pues al menos así es mi postura optimista sobre el tema, siendo capaces de elaborar una narrativa propia sin ruborizarse de los códigos obvios que heredan.

Lo que aquí nos ocupa no es otra cosa que el plano secuencia aplicado a Hotline Miami, con las particularidades que ello conlleva al tratarse de conceptos que probablemente no tendrían mucho sentido fuera de la metáfora -pajas mentales- que desee formular cada cual.

En cine, el plano secuencia se rueda sin interrupciones y en su acepción literal se entiende como toma única. Uno de los mejores ejemplos posibles (obviamente de centenares) lo pueden encontrar en la fabulosa secuencia del bar en Godfellas (Uno de los nuestros, Martin Scorsese). Si han tenido a bien hacer caso al enlace no necesitan más paja para que les explique a qué me refiero.

Trasladar la idea en bruto de un plano secuencia a otros medios aún sin ajustarse estrictamente a sus normas e idiosincrasia es posible, por ejemplo, en el cómic. Nos vale una viñeta de Krazy Kat (George Herriman) tanto como los paneles soporte/trayectoria de Will Eisner, Frank Miller, Chris Ware o Sergio García (muy recomendable su libro editado en 2000 por Glénat, Sinfonía Gráfica). Pero si el concepto trata de encapsular una sucesión de acontecimientos en tiempo real, donde narrador o personaje fuerzan su visión subjetiva para que nosotros la entendamos como si fuera ese plano rodado de un tirón, multiplicaremos ejemplos al adentrarnos en literatura y poesía. Para relacionarlo con los videojuegos hemos de interpretarlo al extremo, de la misma manera que podemos definir muy vagamente el teatro como una sucesión constante de planos secuencia. Si bien pueden pensar en el género FPS como ejemplo representativo, es en la producción de corte más clásico donde la teoría se hace fuerte. Sin checkpoints o cambios en el punto de vista más allá de las diferentes pantallas, ¿acaso no es Hotline Miami un paradigma perfecto?

Dado que el propio Super Mario, Pac-Man o cualquier título de naves, tiros, saltos y hostias que puedan imaginar sirven también para explicar esto, me limitaré a argumentar por qué la obra de Dennaton Games coronaría una lista tan voluminosa.

De entrada, el objetivo del juego es superar cada fase sin ser eliminado so pena de reaparecer siempre en el punto inicial. Aunque no hemos de recorrer todo el edificio cuando incluye diversas plantas, la dificultad dada por la aleatoriedad de sucesos (las posiciones de enemigos son prácticamente las mismas, no así su comportamiento cuando entramos en acción) nos obliga a plantear una estrategia que es pura coreografía (tal vez en un futuro les cuente otra teoría loca sobre danza y videojuegos). No existe otra manera de progresar que no sea lanzándonos de cabeza a un plano secuencia donde todos los elementos suceden en paralelo.

Y ya es curioso, que valiéndose de una estética y mecánicas propias del videojuego clásico donde su perspectiva aérea general descartaría cualquier semejanza respecto al plano secuencia, converjan en Hotline Miami muchos de los elementos que justifican dicha técnica narrativa. Por eso y para los más puristas que se estén llevando las manos a la cabeza en este preciso instante, me saco de la manga el concepto y todos tranquilos.

LONG LIVE THE HOT-TAKE MIAMI

hotline miami

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