Se puede querer un puñado de bits

La alpaca Paca querrá nuestros nabos.

La alpaca Paca querrá nuestros nabos.

Allí estaba. En ese tren que iba a cualquier lugar. Esperando esa nueva vida que me prometía el título del programa. Poco tuve que esperar a que un individuo viniera a molestarme, a evadirme de mis pensamientos; era la señora mayor del ALSA en versión digital y cuca. Al igual que aquella, para preguntarme quién soy y a dónde voy. Y aquí me encontré el primer impedimento a mis sueños, a poder fabricar mi nueva vida tal y como yo quisiera: no pude ir a Auschwitz; límite de caracteres. A estas alturas de la vida (la de la industria del videojuego). El tren llega a mi nuevo hogar: un sitio donde empezar, o empezar de nuevo, pues quizá mi avatar otrora fuese un delincuente atracador de viejecitas que, tras lavado de memoria fuera deportado. O quizá no.

La cosa es que me soltaron en ese pueblo, Narfia, que cualquiera sabe en qué parte del mundo está. Y salgo de aquella estación. Y allí estaban. Todos, rodeándome. Hablándome. Ellos ahí, poniéndome nervioso, avasallando. Decían que yo era el alcalde que esperaban, la persona que tenía que salir de ese tren. Y claro, siendo una mona gatita, una ratita, una ardilla azul y otros tantos bicharracos del averno los que me observaban, ¿cómo te vas a negar a ser su alcalde? Y allí estaba esa perra, Canela. Con cara de bonachona, parecía simpática: canela fina. Resulta que era mi secretaria. Y me dice que para ser el amado alcalde de toda esa sucia plebe (no se me ha subido a la cabeza el hecho de ser alcalde, de veras) me tengo que ganar el favor del pueblo. ¿Cómo? Ayudando. Haciendo regalillos, haciendo favores: que si trae aquel pez, que si necesito un mueble para adornar mi casita, que si llevarle este objeto a Saponcio porque a mí me da vergüenza. También haciendo del pueblo un lugar con muchas florecitas. Y lo peor de todo: hablando con ellos. Que me hablen de sus banalidades. De sus cotilleos. De sus vidas vacías. Maldita sea.

Canela (la secretaria perra) también me dijo algo de ir a ver a un tal Tom Nook para que me apañara un cuchitril (que ya podré ampliar para llenarlo de decenas de objetos innecesarios; el consumismo) donde dormir. A la zona comercial. Oficina de correos, T&N Market, Moda y Complementos, Museo, Inmobiliaria Nook… Maldito mapache. 98.000 bayas por una casa en la que o cabe el polvo, o yo. ¡Joder, ni que las bayas cayesen de los árbo…! Ah, sí, aquí sí. Y mientras la construye, una maldita tienda de campaña… Me percato de una tienda que se encuentra en el propio pueblo. Regentada por la alpaca Paca y su durmiente marido, Paco, Reciclaje Bártulos es un mercado social: los vecinos exponen sus artículos a la espera de que otros vecinos los compren. Hasta aquí apoyan la economía sostenible.

Vale. ¿Y qué hago ahora? Regar flores. Comprar una caña. Pescar pececillos… ¿Y qué hago ahora en este pueblo vacío? Apagar la consola.

Segundo día. Hablas con los vecinos. Sigues de recadero. Vas a ver los nuevos diseños en la tienda de complementos. Vas al T&N, a mirar los nuevos muebles y… ¡anda, una pala! Vuelves al pueblo. Riegas flores, trasteas con ella dejando el pueblo como un queso gruyer… ¡Anda, un fósil! Y lo puedes donar al museo para exposición gratuita y comunitaria o venderlo cual capitalista que solo busca el beneficio propio. Sócrates, el búho funcionario (pues no hace más que dormir) dirigente del museo, te dice que también puedes donar peces, insectos, arte… Vuelvo al pueblo. Parece que hay un concurso de caza de insectos; el camaleón que lo dirige me regala una red. Acabo ganando el concurso, mientras él se zampaba con recato y disimulo cada muestra que le llevaba.

Tercer día. Hablo con los vecinos. Recados. Diseños. Tienda. Regar. Pescar. Cazar. Quitar malas hierbas. Queda poco para ser alcalde…

Cuarto día. Hablo con vecinos. Recados. Ropa. Tienda. ¡Un tirachinas! Riego. Pesco. Cazo. Decoro casa. Según Canela, por fin soy alcalde. Proyectos… Ordenanzas… Maldita sea, no aparece nada de sacar billetes en bolsas de basura. Decido construir mi primer proyecto: ¡un banco amarillo! Ya falta menos para el aeropuerto vacío. O para una Ciudad de las Ciencias y las Artes.

Quinto día. Vecinos. Recados. Ropa. Tienda. Pesco. Cazo. ¿Un marinero? ¿Una isla? Minijuegos. Bucear. Bichos raros. Plátanos… También ha llegado un nuevo vecino al pueblo: una cerda. De las de pezuñas y cuerpo rosita. Se llamaba Marita.

Sexto día. En la vida real, la “menos simpática”, tengo amigos que también se han mudado en alma a sus respectivos pueblos. Y gracias a la maravilla de internet podemos socializar (cosa que en la vida “real” nunca hacíamos) rodeados de florecitas y animalicos.

No sé cuántos días llevo en esta nueva vida. He capturado decenas de especies distintas, que según parece, cambian cada mes y/o estación del año. He conseguido otro buen puñado de fósiles y el museo está lleno de dinosaurios de régimen Muy estricto; museo que ahora tiene otra planta donde puedo exponer lo que quiera. En la tienda de ropa y complementos ahora hay una peluquería donde puedo hacer parecer a mi avatar casi tan indecente como el que suscribe estas líneas. En el club Jajá, un DJ perruno se marca unos temazos bastante apañados con los que menear el culete todas las noches. En Reciclaje Bártulos, Paco me fabrica muebles de oro con el mineral que extraigo con mi propia pala de las piedras. Un señor poco agraciado frente al espejo, llamado Gandulio, regenta una floristería, donde compro semillas y arbolitos. Y en la casa del sueño: probablemente drogas mediante, nos teletransportamos a otros pueblos con tan sólo escribir el código de 12 dígitos de nuestro amigo (o cualquier desconocido internauta). El pueblo ya cuenta con una fuente, un reloj, una cafetería… Las flores, que rodean sitios de interés y marcan caminos, dan color al pueblo; flores que, teniendo en cuenta la especie y color de la planta conjunta, originan nuevas flores de nuevos colores. Una señora, Alcatifa, que viene desde la tierra del kebab y el dorum, me vende alfombras y papeles de pared. Otra me vende nabos, con los que se especula a lo largo de una semana para venderlos al precio más alto posible. Un zorro nos vende arte, la mayoría de ocasiones inútiles falsificaciones. He viajado a la isla a jugar sólo, con amigos, o con gentuza de internet que te acosa pidiendo nombre, edad y localización. Y hay muchos eventos: que si fuegos artificiales, que si el cumpleaños de algún vecino, que si Halloween…

Y los animalicos. Esos inútiles, pesados, pidiendo favores y… joder, los quiero. Sus historias, sus cartas, sus regalicos, sus problemas. Y Marita se fue. Y nunca la volveré a ver. Y Gorrelmo también. Y llegaron otros. Y que quizá algún día se vayan. Y que recordaré.

New Leaf. Una nueva vida en la que puedes quedar atrapado. Quizá por 20 minutos al día. Quizá por 3 horas al día. Pero echarás de menos a tus vecinos, al pueblo, a tus flores… el día que no puedas acudir a tu vida alternativa. Y eso quizá sea por lo bonito del mundo, su paleta de colores y lo adorable de cada elemento (ay, los giroides), quizá por la relajante música (que tararearás sin darte cuenta), o quizá por un sentido del humor que se consigue al ser la mejor traducción de un videojuego que jamás haya visto, por el amor al mundo Nintendo, por las referencias a cualquier tema que podáis imaginar, por la atención al detalle más mínimo; pero con total seguridad es porque esta experiencia, en principio tranquila y apacible, es cambiante. Todos los días sucede algo: causado por uno mismo o no, un vecino viene o se va, un mueble que buscamos aparece, ampliamos nuestra casa, construimos algo nuevo en el pueblo, aparece una ampliación o nuevo negocio en la zona comercial, o tan sólo quedamos con algún amigo para pescar juntos. O para sentarnos en un tocón y mirar el horizonte. Esta es tu nueva vida. Y estará ahí por meses, por años. Siempre dándonos algo nuevo. Cosa que la vida real no siempre puede decir.

Allí estaba. En ese tren que iba a cualquier lugar. Esperando esa nueva vida que me prometía el título del programa. Poco tuve que esperar a que un individuo viniera a molestarme, a evadirme de mis pensamientos; era la señora mayor del ALSA en versión digital y cuca. Al igual que aquella, para preguntarme quién soy y a dónde voy. Y aquí me encontré el primer impedimento a mis sueños, a poder fabricar mi nueva vida tal y como yo quisiera: no pude ir a Auschwitz; límite de caracteres. A estas alturas de la vida (la de la industria del videojuego). El tren llega a mi nuevo hogar: un sitio donde empezar, o empezar de nuevo, pues quizá mi avatar otrora fuese un delincuente atracador de viejecitas que, tras lavado de memoria y «cutetización», fue deportado. O quizá no.

Pueblo mierder. Habrá que vivir. O algo.

Nadie dijo que un juego simpático no tuviera terror puro. ¿Qué cojones es esto?

Nadie dijo que un juego simpático no tuviera terror puro. ¿Qué cojones es esto?

La cosa es que me soltaron en ese pueblo, Narfia, que cualquiera sabe en qué pelo del culo del mundo está. Y salgo de aquella estación. Y allí estaban. Todos, rodeándome. Hablándome. Joder, soy un puto asocial, y ellos ahí, poniéndome nervioso, avasallando. Decían que yo era el alcalde que esperaban, la persona que tenía que salir de ese tren; ese hijodelagrandísimaputa que me ha colgado este marrón a mí. Y claro, siendo una mona gatita, una ratita, una ardilla azul y otros tantos bicharracos del averno los que me observaban, ¿cómo te vas a negar a ser su alcalde? Y allí estaba esa perra, Canela. Con cara de bonachona, parecía simpática: canela fina. Resulta que era mi secretaria; la perra de mi secretaria. Topicazo. Y me dice que para ser el amado alcalde de toda esa sucia plebe (no se me ha subido a la cabeza el hecho de ser alcalde, de veras) me tengo que ganar el favor del pueblo. ¿Cómo? Ayudando. Haciendo regalillos, haciendo favores: que si trae aquel pez, que si necesito un mueble para adornar mi casita, que si llevarle este objeto a Saponcio porque a mí me da vergüenza. También haciendo del pueblo un lugar con muchas florecitas. Y lo peor de todo: hablando con ellos. Que me hablen de sus banalidades. De sus cotilleos. De sus vidas vacías. Maldita sea.

Supongo que esto es "tirar la caña"

Supongo que esto es «tirar la caña»

Canela (la secretaria perra) también me dijo algo de ir a ver a un tal Tom Nook para que me apañe un cuchitril  (que ya podré ampliar para llenarlo de decenas de objetos innecesarios; el consumismo) donde dormir. A la zona comercial. Oficina de correos, T&N Market, Moda y Complementos, Museo, Inmobiliaria Nook… Maldito mapache. 98.000 bayas por una casa en la que o cabe el polvo, o yo. Joder, ‘ni que las bayas cayesen de los árbo…! Ah, sí, aquí sí. Y mientras la construye, una maldita tienda de campaña… Me percato de una tienda que se encuentra en el propio pueblo. Regentada por la alpaca Paca y su durmiente marido, Paco, Reciclaje Bártulos es un mercado social: los vecinos exponen sus artículos a la espera de que otros vecinos los compren. Hasta aquí apoyan la economía sostenible.

Vale. ¿Y qué hago ahora? Regar flores. Comprar una caña. Pescar pececillos… ¿Y qué hago ahora en este pueblo vacío? Apagar la consola.

Segundo día. Hablas con los vecinos. Sigues de recadero. Vas a ver los nuevos diseños en la tienda de complementos. Vas al T&N, a mirar los nuevos muebles y… ¡anda, una pala! Vuelves al pueblo. Riegas flores, trasteas con ella dejando el pueblo como un queso gruyer… ¡Anda, un fósil! Y lo puedes donar al museo para exposición gratuita y comunitaria o venderlo cual capitalista que solo busca el beneficio propio. Sócrates, el búho funcionario (pues no hace más que dormir) dirigente del museo, te dice que también puedes donar peces, insectos, arte… Vuelvo al pueblo. Parece que hay un concurso de caza de insectos; el camaleón que lo dirige me regala una red. Acabo ganando el concurso, mientras él se zampaba con recato y disimulo cada muestra que le llevaba.

Tercer día. Hablo con los vecinos. Recados. Diseños. Tienda. Regar. Pescar. Cazar. Quitar malas hierbas. Queda poco para ser alcalde…

Monos que nos conectan a internet. Clara crítica al servicio técnico de los operadores. Seguro.

Monos que nos conectan a internet. Clara crítica al servicio técnico de los operadores. Seguro.

Cuarto día. Hablo vecinos. Recados. Ropa. Tienda. ¡Un tirachinas! Riego. Pesco. Cazo. Decoro casa. Según Canela, por fin soy alcalde. Proyectos… Ordenanzas… Maldita sea, no aparece nada de sacar billetes en bolsas de basura. Decido construir mi primer proyecto: ¡un banco amarillo! Ya falta menos para el aeropuerto vacío. O para una Ciudad de las Ciencias y las Artes.

Quinto día. Vecinos. Recados. Ropa. Tienda. Pesco. Cazo. ¿Un marinero? ¿Una isla? Minijuegos. Bucear. Bichos raros. Plátanos… También ha llegado un nuevo vecino al pueblo: una cerda. De las de pezuñas y cuerpo rosita. Se llamaba Marita.

Sexto día. En la vida real, la «menos simpática», tengo amigos que también se han mudado en alma a sus respectivos pueblos. Y gracias a la maravilla de interné, podemos socializar (cosa que en la vida «real» nunca hacíamos) rodeados de florecitas y animalicos.

La vida es maravillosa

Al ladín de Ladino.

Al ladín de Ladino.

No sé cuántos días llevo en esta nueva vida. He capturado decenas de especies distintas, que según parece, cambian cada mes y/o estación del año. He conseguido otro buen puñado de fósiles y el museo está lleno de dinosaurios de régimen MUY estricto; museo que ahora tiene otra planta donde puedo exponer lo que quiera. En la tienda de ropa y complementos ahora hay una peluquería donde puedo hacer parecer a mi avatar casi tan indecente como el que suscribe estas líneas. En el club Jajá, un DJ perruno se marca unos temazos bastante apañados con los que menear el culete todas las noches. En Reciclaje Bártulos, Paco me fabrica muebles de oro con el mineral que extraigo con mi propia pala de las piedras. Un señor poco agraciado frente al espejo, llamado Gandulio, regenta una floristería, donde compro semillas y arbolitos. Y la casa del sueño: probablemente drogas mediante, nos «teletransportamos» a otros pueblos con tan sólo escribir el código de 12 dígitos de nuestro amigo (o cualquier desconocido internauta). El pueblo ya cuenta con una fuente, un reloj, una cafetería… Las flores, que rodean sitios de interés y marcan caminos, dan color al pueblo; flores que, teniendo en cuenta la especie y color de la planta conjunta, originan nuevas flores de nuevos colores. Una señora, Alcatifa, que viene desde la tierra del kebab y el dorum, me vende alfombras y papeles de pared. Otra me vende nabos, con los que se especula a lo largo de una semana para venderlos al precio más alto posible. Un zorro nos vende arte, la mayoría de ocasiones inútiles falsificaciones. He viajado a la isla a jugar sólo, con amigos, o con gentuza de internet que te acosa pidiendo nombre, edad y localización. Y hay  muchos eventos: que si fuegos artificiales, que si el cumpleaños de algún vecino, que si Halloween…

No solo es amor a y por Nintendo, sino también respeto a su historia. ¡VIVA!

No solo es amor a y por Nintendo, sino también respeto a su historia. ¡VIVA!

Y los animalicos. Esos inútiles, pesados, pidiendo favores y… JODER, LOS QUIERO. Y MUY FUERTE. Sus historias, sus cartas, sus regalicos, sus problemas. Y Marita se fue. Y nunca la volveré a ver. Y Gorrelmo también. Y llegaron otros. Y que quizá algún día se vayan. Y que recordaré.

La vida será maravillosa

New Leaf. Una nueva vida en la que puedes quedar atrapado. Quizá por 20 minutos al día. Quizá por 3 horas al día. Pero echarás de menos a tus vecinos, al pueblo, a tus flores… el día que no puedas acudir a tu vida alternativa. Y eso quizá sea por lo bonito del mundo, su paleta de colores y lo adorable de cada elemento (ay, los giroides), quizá por la relajante música (que tararearás sin darte cuenta), o quizá por un sentido del humor que se consigue al ser la mejor traducción de un videojuego que jamás haya visto (humor «nárfico» del más malo que os podáis imaginar), por el amor al mundo Nintendo, por las referencias a cualquier tema que podáis imaginar, por la atención al detalle más mínimo; pero con total seguridad es porque esta experiencia, en principio tranquila y apacible, es cambiante. Todos los días sucede algo: causado por uno mismo o no, un vecino viene o se va, un mueble que buscamos aparece, ampliamos nuestra casa, construimos algo nuevo en el pueblo, aparece una ampliación o nuevo negocio en la zona comercial, o tan sólo quedamos con algún amigo para pescar juntos. O para sentarnos en un tocón y mirar el horizonte. Esta es tu nueva vida. Y estará ahí por meses, por años. Siempre dándonos algo nuevo. Cosa que la vida real no siempre puede decir.

La crítica es una excusa para poder poner esta imagen.

La crítica es una excusa para poder poner esta imagen.

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