El gamer como foodie

¿Qué es un gamer? Pregunta difícil de responder, no sólo desde un punto de vista sociológico sino también desde el prisma del saber común o de la práctica cotidiana. En general es meterse en un charco, ya sea éste social, cultural, o incluso político. Es controvertido no sólo porque resulta casi imposible generar un consenso en torno a su figura, sino porque además se mueve entre la hipersignificación (todos somos gamer) y el vaciado de contenido (gamer ya no significa nada). Son en realidad dos caras de la misma moneda: en la medida en que la etiqueta gamer se generaliza empieza a perder sentido; en la medida en que empieza a parecerse a un significante vacío (la célebre noción de Laclau), comienza a aplicarse indiscriminadamente (como el peronismo en Argentina, o el «todo es ETA» de la política española).

Y aunque será un tema al que volveré más a menudo, hoy me gustaría explorar una interesante comparación que me encontré al entrevistar a un videojugador, que utilizó la figura del foodie para ilustrar qué entendía él por gamer:

«Creo que un gamer es alguien que explora el medio. Por ejemplo, hay un montón de gente que no juega a otra cosa más que a Call of Duty y ya dicen que son un hardcore gamer. (…) Es como decir, «vale, yo como en McDonald´s, soy un foodie», ¿sabes? Un foodie es alguien que explora diferentes tipos de comida, diferentes culturas gastronómicas. (…). Por lo que tú no juegas solamente juegos. Tú escuchas música de videojuegos, tú lees sobre su diseño, sigues su industria. Tú no juegas únicamente a los juegos más comerciales, porque entonces estarías otra vez en McDonald´s».

El hecho de que haya que recurrir a otra categoría como la de foodie —que en sí misma también posee sus zonas grises— para ilustrar la propia noción de gamer, da cuenta de lo porosa que se ha vuelto. Sin embargo, la metáfora funciona, sitúa la etiqueta de gamer en un espacio semántico y sociocultural mejor definido, con capacidad de discriminación.

Por un lado, arrebata la distinción de gamer a ese grupo que, simplemente jugando a ciertos juegos mainstream, considera que forma parte del núcleo duro del universo videolúdico, esa elite que no sale de los Call of Duty, Fifa y Assassin’s Creed de turno y luego desprecia a los que juegan al Candy Crush o a todo lo que huela a casual o indie. Por otro lado, realiza un recorte que lo coloca, de nuevo, en un espacio un tanto elitista, pues rompe con definiciones más laxas y abiertas de gamer en las que cualquiera que juegue con cierta frecuencia a videojuegos podría ser considerado como tal.

Por lo tanto, el gamer es, según esta vertiente, alguien que se involucra con el medio en profundidad y lo explora —un verbo que es en sí mismo toda una declaración de intenciones— en su conjunto. Atender a sus dimensiones artísticas, culturales, técnicas y económicas. El gamer, en este caso, trata el videojuego con cuidado y lo respeta: es un medio, es cultura, es arte.

Como toda definición, tiene sus carencias —¿qué grado de implicación sería necesario?— y no está exenta de problemas —¿no reproduce acaso nuevas formas de elitismo videolúdico?—, pero logra al menos tres cosas muy importantes: le devuelve capacidad de discriminación a la categoría, le da empaque al convertir al gamer en un connoisseur y, más importante, se la arrebata a aquellos que, creyéndose dueños del cortijo, actúan como cancerberos desde su versión macdonalizada del medio. Bienvenido sea el gamer como foodie.

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