Vacíos culpables

Hace unas pocas semanas abordaba el síndrome del jugador desactualizado, ya saben, jugar a rebufo de la actualidad videojueguil. También hablé en otra columna sobre lo sorprendente que me parecía que Íñigo Errejón pudiera relajarse jugando a Commandos cuando estaba haciendo la tesis. Hoy me gustaría tocar el tema de los vacíos que ocurren, de tanto en tanto, en mi actividad jugadora.

Recuerdo jugar a videojuegos desde muy pequeño, siempre han estado ahí en cualquier etapa de mi desarrollo vital. Tanto, que a día de hoy están en el centro de mi principal actividad profesional, la académica. Estudio la cultura del videojuego, sí, y esto me “obliga”, a menudo, a estar al día, a jugar, a experimentar esos títulos de los que tanto se habla y que tienen un impacto en las personas que se aproximan a ellos. Y sin embargo, ni siquiera a día de hoy me libro de los vacíos, esas interrupciones en mis prácticas videojugadoras. Me refiero a esos periodos de tiempo en los que puedo estar días, incluso semanas, sin tocar un videojuego, ni siquiera en el móvil.

Estos vacíos, que yo experimento como lapsus que me hacen sentirme culpable, pueden ocurrir por varias razones, pero generalmente tienen que ver con lo absorbente de un tipo de actividad profesional como la académica que demanda continuamente cumplir deadlines; esas pequeñas (o grandes) líneas de la muerte que dibujan formas amenazantes en el horizonte. Durante esos periodos en los que las fechas límite —porque casi siempre son varias— aprietan, mis manos se alejan del mando y del teclado para todo lo que no sea escribir o comunicarme con otros. No más videojuegos.

Recuerdo que durante los años que estuve centrado en mi tesis doctoral tuve largos periodos en los que caía en estos vacíos videolúdicos. Y de ahí vienen muchas de mis deudas que me convirtieron en un jugador parcialmente desactualizado. La culpa crece con cada vacío, lo que alimenta sentimientos de culpabilidad futura. Uno quiere jugar a esa obra que no pudo experimentar en su momento, pero entonces deja de jugar a aquellas que le gustaría jugar en el momento actual y que se convertirán en las que dilatarán las siguientes… y así ad infinitum.

En mi caso no se trata de un síndrome de abstinencia, ni siquiera del típico gusanillo. Es la culpabilidad, sentirse responsable por algo que no hago y que debería estar haciendo. Jugar a videojuegos como un deber, no como un placer. Aunque quizás estemos ante un placer culpable o una culpa placentera. Por eso quizás sean tan interesantes los videojuegos como producto cultural y como práctica social: sus vacíos son tan significativos como su acabado y ejecución.