Me despierta el brillo cobrizo del desierto. El tintineo brillante de los granos de arena. El sol está en la cúspide de una de las acumulaciones de arena que se sobreponen a un llano infinito. Dunas.
No me ciega.
Soy consciente de mi existencia, por primera vez/¿DE NUEVO?. Estoy sentado. Tengo dos finas piernas, afiladas y penetrantes, que sin embargo saben moverse con agilidad y sostén por entre las pliegues del terreno. Mi cuerpo negro, ataviado con ropajes de cálidos colores, se levanta.
Me encamino hacia lo que tengo por delante, como todo ser viviente. Una duna especialmente alta, con telas que se mueven en el aire, pendientes del viento. Cuando llego a lo alto lo contemplo. Está al final, en esa montaña luminiscente.
Es mi viaje y ha comenzado.
Hay tumbas en el camino del desierto. Signos quizá de una masacre ocurrida hace mucho tiempo. También hay ruinas, como si hubieran pasado miles de años desde que la última civilización habitara estos vastos territorios.
Descubro símbolos arcanos, que parecen sentir un especial apego por mí. Y hay telas. No sé qué otro nombre darles. Son telas que flotan, como las alfombras de los cuentos orientales de otros universos. En éste solo son telas y vuelan conmigo. Me gustan y les gusto.
Descubro sorprendido que soy capaz de emitir sonidos y de comunicarme con las telas. Se juntan conmigo. No es «juntarse», ni «fusionarse». Pertenezco a ellas, de alguna manera. Me permiten volar y me siento libre sobre el ardor de las dunas, feliz, mecido por el árido viento del desierto.
Llego a un santuario. Todo se vuelve blanco, salvo una figura, que no alcanzo a ver con nitidez. Me muestra un paisaje que no tiene significado para mí. Un camino. De alguna manera sé que es el camino hacia la montaña que vislumbré al comienzo. Y sé que es mi camino. Es mi viaje.
La figura se va y se abre una puerta.
Se presenta ante mí un puente y algunas telas a las que ayudo a salir de antiguos esqueletos me ayudan a tender un camino. Es extraño. Veo puentes paralelos al mío, semejantes en proporción. ¿Hay más como yo, recorriendo un camino hacia la montaña?
La figura vuelve. Veo su silueta: es parecida a la mía y vuelve a mostrarme los misteriosos paisajes. Intenta guiarme pero no logro descifrar lo que quiere transmitirme. Veo un tren. Una torre de energía. Y es mi próximo paso.
Siento placer deslizándome.
Veo la montaña. Parece imposible de alcanzar, pero no tengo otro objetivo. He nacido para llegar a ella, intuyo.
El sol luce alto en el cielo verde y provoca que la arena adquiera matices rosáceos, casi blanquecinos. Disfruto del paisaje tranquilo, del susurro del viento.
Encuentro telas más grandes, que se comunican conmigo. Caen luces desde la montaña. Sigo a mis compañeros volando y llego a la torre energética.
Es una prisión o algo parecido. Algo malo/¿MALO?. La oscuridad atenaza el lugar y hay telas atrapadas. Los ruidosos mecanismos alteran la paz.
La figura de nuevo. Atravieso el tren y la torre energética. Hay estructuras iluminándose, alzándose. Las telas me ayudan a volar. El suelo metalizado no me deslumbra y me siento seguro con mis compañeros, a los que dejo antes de internarme en una estructura subterránea. No he llegado a la montaña, pero parece que éste es el camino. El ocre deja paso al azul y al gris.
La figura paternal me muestra el Terror. Luces metalizadas y azules, eléctricas, cubiertas de texturas cuadradas, todo protegido por una tormenta. Debo adentrarme en las sombras. La arena es azul. No se oye el viento. Solo hay luces fugaces, que penetran en el interior gracias a losas rotas del techo, agrietadas por el paso de miles de años bajo un cielo estrellado que nunca cambia.
Hay telas, antiguas y vetustas, ancladas a la tierra. Filamentos náuticos/¿MAR?. Y hay Guardianes. Con sus luces púrpura buscan intrusos. Les he visto destruir bancos de telas. No me han visto, pero he aprendido lo que es el miedo y no me gusta. Se parecen a los esqueletos que vi en el puente/¿VIAJE EN EL TIEMPO?.
La figura, dos veces más alta que yo, me mira con aprecio o eso quiero creer. Me enseña que hay algo más allá del Terror, de los Guardianes. Hay un desierto cubierto de estrellas. Estrellas como la mía. No entiendo bien esa parte.
Hay estructuras muy viejas aquí dentro. Me encuentro la tela más grande que he visto hasta ahora y me guía hacia las alturas, ayudándome a montar un mecanismo/¿ENGRANAJE?.
La figura me ayuda a entender. Aunque ahora es mucho más grande que yo, de alguna forma he crecido. La figura me muestra el camino realizado, hasta donde estoy ahora. Es un ascensor. Es una salida. Me queda la parte más dura y la figura me lo dice sin palabras.
Debo luchar contra la montaña, contra el gélido viento que intenta derrumbarme.
Hay nieve.
Mi cuerpo nacido en el desierto sufre. Veo telas abatidas por el frío, a las que soy incapaz de reanimar con mi Voz.
Lloraría.
La escarcha se pega a mis ropajes. Los vientos irisados cortan y sesgan la nieve.
Todo se vuelve blanco. Me duermo.
Despierto. Estoy volando, sobre las nubes. He llegado a la montaña. Veo telas de distintos tamaños y velocidades. No toco el suelo, surco el cielo como antes surcaba la arena. Vuelo solo hacia la luz, la nieve flotando en el estrecho pasillo.
Me sumerjo y un baño de leche cálida me rodea, abrazándome como si fuera su hijo.
Precioso, magnifico, apenas puedo escribir por las lagrimas que recorren mi rostro, toma un aplauso virtual
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Poético, como la experiencia. Me uno al aplauso.
Precioso artículo, has sabido honrar a Journey como se merecía.