Yippee-ki-yay

Hablemos de Watch Dogs. De downgrades. De artículos y columnas hablando sobre el “engaño” de su presentación en el E3 de 2012. De furibundas discusiones en foros. De diatribas en Twitter contra el malvado imperio de Yves Guillemot. De memes. Incluso de polémicas por los regalos a (parte de) la prensa especializada.

Después de todo eso, ¿qué ha pasado? Pues que Watch Dogs está volando de las estanterías de las tiendas a velocidad de vértigo y se ha convertido en tan sólo veinticuatro horas en el mejor lanzamiento en la historia de Ubisoft. Lleva cuatro millones de copias vendidas en el momento de escribir estas líneas. Y ojo, que no hablamos de un cualquiera, sino de un gigante que cada año presenta unos resultados financieros que ya quisieran para si la mayoría de publishers y que tiene entre sus IP´s Assassin’s Creed, una de las pocas franquicias surgidas en la anterior generación capaces de generar la expectación y los números de un Call of Duty, lo cual no es poco.

Aunque el ejercicio de protesta puede dar la impresión de haber sido fútil, en realidad creo que ha resultado necesario, positivo e incluso sano para el sector. El futuro lo dirá, pero mi observación va en otra dirección; decía que íbamos a hablar de Watch Dogs pero la verdad es que era sólo la excusa para llegar hasta un tema muy diferente. A donde voy es a que este asunto también ha dejado muy claro –otra vez– algo que muchas veces se nos olvida: que el videojuego ya no es un entretenimiento minoritario, sino una industria que abarca a un público enorme y variado. Y que el jugador entusiasta (a veces mal llamado hardcore), ese que se indigna si el producto final difiere de lo enseñado en la presentación inicial, es mucho menos importante de lo que nos gusta aceptar. Tiene su relevancia, desde luego, pero ya no es el principal.

Así que asumamos la situación y quitémonos la careta. Dejemos de lado ese irritante elitismo snob de que “nuestros” juegos son los auténticos, los importantes. Aceptemos que si Candy Crush Saga genera más dinero que cualquier juego de consola será por algo. Que el jugador casual no es un ser inferior. Que la existencia de Clash of Clans no lleva implícita la desaparición de Dark Souls. Seamos conscientes de que los noventa ya han pasado y de que ahora los videojuegos no son un nicho, sino un entretenimiento accesible para cientos de millones de personas de todas las edades.

No hemos perdido la batalla. Todo lo contrario, incluso a pesar de nuestro recelo y autosuficiencia la hemos ganado. El videojuego ya no es coto cerrado para niños y nerds, es ahora un sector maduro y mayoritario que puede mirar de tú a tú al cine o la televisión, algo que parecía impensable hace poco más de una década. Y, a la postre, eso es bueno, ¿no?

 

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